La agricultura que frena el fuego: el papel de la cereza del Jerte frente al incendio de Jarilla

El valor incalculable de la agricultura como un freno natural ante los incendios forestales: allí donde había fincas cultivadas y campos cuidados, el fuego encontró barreras que le impidieron avanzar.

El incendio declarado este verano en Jarilla, en el norte de Cáceres, dejó tras de sí un paisaje marcado por la amenaza de las llamas y el recuerdo del miedo que recorrió los pueblos de la zona. Sin embargo, también puso de relieve algo que, demasiadas veces, pasa desapercibido: el valor incalculable de la agricultura como un freno natural ante los incendios forestales. Allí donde había fincas cultivadas y campos cuidados, el fuego encontró barreras que le impidieron avanzar. Y en este caso, el cultivo de la cereza y de la castaña se convirtieron en protagonistas invisibles de la resistencia frente a las llamas.

La imagen de los agricultores y agricultoras del Valle del Jerte y sus alrededores no fue la de simples espectadores. Muchos de ellos, sin pensarlo dos veces, se enfrentaron al fuego con sus propios medios, utilizando tractores, cubas de agua y maquinaria agrícola para frenar el avance de las llamas. No eran héroes improvisados, sino personas que conocen el territorio como la palma de su mano y que entienden que, cuidando sus tierras, cuidan también de todo un entorno.

Su trabajo diario, a menudo silenciado, se convirtió en la primera línea de defensa frente a un incendio que podría haber tenido consecuencias mucho más graves. Donde había fincas de cerezos y castaños, el fuego no encontró pasto seco que alimentara su avance; y donde se mantenían cuidados los bancales, el terreno actuó como un cortafuegos natural. La agricultura, en definitiva, se reveló una vez más como una pieza clave en la estrategia de prevención de catástrofes ambientales y los agricultores y agricultoras como guardianes del territorio.

Un cortafuegos suele identificarse con esas franjas despejadas de vegetación que interrumpen la continuidad del monte. Pero la experiencia demuestra que no solo esa importante acción planificada cumple esa función. También lo hace, cada día, el trabajo silencioso de quienes cultivan la tierra y mantienen vivo el medio rural.

El cultivo de la cereza en el Jerte, con la Agrupación de Cooperativas Valle del Jerte al frente, es un ejemplo perfecto de ello. Los cerezales, con su masa verde y sus cuidados continuos, no solo producen uno de los frutos más emblemáticos de Extremadura, sino que protegen el terreno frente a la erosión, fijan población en los pueblos y, llegado el caso, frenan el fuego. Un campo cultivado es un campo vigilado y atendido, en el que la acumulación de maleza se reduce al mínimo. Y esa diferencia, en un verano seco y caluroso, puede ser la que marque el límite entre una chispa controlada y un incendio desbocado.

Reconocer el papel del campo
Lo ocurrido en Jarilla debe servir como recordatorio de la importancia de mantener viva la agricultura y la ganadería en zonas rurales. No se trata únicamente de garantizar el sustento de quienes viven del campo, sino de comprender que su labor repercute en toda la sociedad. La agricultura familiar, profesionalizada y con futuro, es un motor de vida que asegura la conservación del territorio, el equilibrio ecológico y la prevención de catástrofes naturales.

Sin esa presencia activa, el abandono rural se convierte en el mejor aliado de los incendios. Un campo descuidado es un terreno abonado para las llamas. Por eso, resulta imprescindible que desde las instituciones, pero también desde la sociedad en su conjunto, se reconozca el papel estratégico de quienes, con su trabajo diario, mantienen limpias las fincas, cuidan la biodiversidad y generan una barrera frente a la amenaza constante del fuego.

La defensa del territorio no se improvisa. Necesita apoyo, políticas estables y una mirada de largo recorrido que garantice que la agricultura familiar pueda seguir desarrollando su proyecto de vida en estas tierras. En el caso del Jerte, hablar de cerezas y de castañas es hablar de mucho más que de fruta: es hablar de un paisaje, de una cultura, de una identidad y de un compromiso con la tierra que se transmite de generación en generación.

Invertir en que esa agricultura siga siendo viable significa invertir en seguridad ambiental, en cohesión social y en un futuro sostenible. Y también significa dar valor a quienes, con manos curtidas y conocimiento del terreno, se convierten en la primera defensa contra el fuego.

A pesar de la dureza del incendio de Jarilla, el Valle del Jerte y su entorno siguen ofreciendo con normalidad sus productos a los mercados. Las cerezas, ciruelas, castañas y demás frutos han continuado llegando a las mesas de los consumidores con la calidad que caracteriza a esta comarca. Y aquí entra en juego otro cortafuegos esencial: el consumo consciente.

Cada vez que se compra una cereza o castaña del Jerte, no solo se adquiere un fruto de extraordinario sabor y calidad. Se está apoyando a un modelo de vida que mantiene el campo vivo, que frena el abandono rural y que, llegado el momento, actúa como el mejor aliado frente al fuego. En manos de los consumidores también está contribuir a que los agricultores y agricultoras puedan seguir trabajando estas tierras y, con ello, a que el medio rural siga siendo un lugar de vida, equilibrio y esperanza.

La agricultura que frena el fuego: el papel de la cereza del Jerte frente al incendio de Jarilla

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